Comentario
El reinado de Luis XI (1461-1483) abrió con nitidez las puertas de la recuperación tras la larga pugna entre Francia e Inglaterra. La actuación de la Corona fue un factor muy a tener en cuenta al procurar la pacificación y el orden interior, favoreciendo además el despertar de las actividades económicas que, contando con los abundantes recursos naturales que el país tenía, suministraron las bases materiales necesarias para soportar el despegue de la vida nacional, sobre la que se iría superponiendo una maquinaria estatal de tendencia absolutista y centralizadora, capaz de aglutinar esfuerzos para convertir a Francia en una primerísima potencia dentro del marco de la Europa occidental.
Las ambiciones territoriales de la realeza también aportaron bazas significativas para este engrandecimiento. El largo enfrentamiento entre el duque de Borgoña, Carlos el Temerario (1467-1477), y Luis XI acabó con la muerte de aquél cuando ponía sitio a Nancy, capital de Lorena, lo que pudo permitir a éste apropiarse de las posesiones de la Casa de Borgoña, que se extendían por los Países Bajos, el Franco Condado y el ducado borgoñón propiamente dicho. Pero la prolongación del conflicto debido a la intervención del emperador Maximiliano de Austria, que se había casado con María, la hija del fallecido duque de Borgoña, impidió la completa absorción de tales territorios, llegándose a una especie de reparto cuando se firmó la paz de Arras (1482), seguida de la de Senlis, que supusieron la anexión a Francia de la Borgoña y la Picardía, quedando las restantes posesiones borgoñonas, especialmente las importantes zonas de Flandes y del Franco Condado, bajo el control de la dinastía austriaca, situación que sería fuente de continuas tensiones y conflictos entre los Valois y los Habsburgo.
La ampliación territorial efectuada por Luis XI pudo completarse gracias a las herencias que recibió, sobre todo la proveniente de la extinción de la gran casa feudal de los Anjou por la muerte de su último representante masculino, lo cual le permitió incorporar a sus dominios las extensas provincias de Anjou y la Provenza, que venían a sumarse de esta forma a las posesiones patrimoniales de la Monarquía francesa (cuyo núcleo básico estaba en la Isla de Francia y zonas colindantes), a los extensos feudos mandados por familiares de la Corona y a los antiguos territorios ingleses (Guyena), salvo la plaza de Calais que siguió perteneciendo a Inglaterra, formando todas estas tierras un vasto territorio sobre los que la majestad francesa ejercería un cada vez más eficaz dominio. Ellas constituirían además la base territorial del moderno Estado que estaba naciendo.
Durante el reinado de Carlos VIII (1483-1498) se fortaleció este dominio territorial, pues el casi independiente ducado de Bretaña, que aparecía teóricamente bajo soberanía feudal de la Corona francesa, pasó a integrarse de una forma efectiva en ella una vez que se llevó a cabo el matrimonio entre Ana de Bretaña, última duquesa desde la muerte en 1488 de su padre, el duque Francisco II, y Carlos VIII, enlace acaecido en 1491 que había sido precedido por la invasión del ducado por parte del rey francés, solventándose el conflicto a raíz del acuerdo matrimonial. No obstante, esta unión personal tuvo que consolidarse mediante nuevas nupcias entre las herederas del ducado y los soberanos franceses, hasta que en 1532 pudo darse por definitiva dicha integración a pesar de que se mantuviese, como estaba ocurriendo en otras provincias, un fuerte particularismo bretón.
De todas maneras, la limitación del territorio de la Francia moderna quedaba hecha (habría que esperar bastante tiempo para que se dieran anexiones significativas, concretamente las efectuadas por Luis XIV en el siglo XVII), lo que posibilitó el intervencionismo francés fuera de su marco nacional, especialmente en Italia, como se demostró con la marcha de Carlos VIII hacia el Reino de Nápoles, política que continuaría su sucesor Luis XII (1498-1515), en este caso volcada también hacia el ducado de Milán, al igual que la dirigida posteriormente por Francisco I (1515-1547), aunque los proyectos exteriores de éste serían mucho más ambiciosos al insertarse en una época de grandes conflagraciones internacionales.